Friday, February 13, 2015

“La vida de un chófer, es dura porque te separa de tu familia”



A sus 17 años Manuel Gonzales (nombre ficticio) empezó a Trabajar en la Terminal de Buses de “lava coches”, oficio por el cual ganaba hasta 40 bolivianos al día para su manutención, lavando hasta cuatro coches en las buenas temporadas cuando no existía demasiada competencia. En la actualidad con 58 años es chofer de flotas, realizando viajes al interior constantemente, mientras en su tiempo libre lucha contra una creciente dependencia al vino, que lo alejó de su familia convirtiéndolo en un solitario.

Todo empieza cuando Manuel asistió por aquellos años a una parrillada que realizaban los choferes de las flotas más populares de esa época, y entre tragos se envolvió en la conversación. Ellos llevaban una vida que por fuera se veía bien, viajando constantemente sin preocupaciones, sacrificándose sin dormir por las noches para celebrar la paga de los viajes en opulentas fiestas donde no podía faltar el vino, la comida, y las mujeres.
Para ese entonces un chofer ganaba 150 bolivianos por viajar a Bermejo, pero los tramos largos eran los más apetecidos pese al peligro inminente de las carreteras, entre ellos los destinos a La Paz, Santa Cruz o Cochabamba. Es conocida la realidad de los caminos que unen a Tarija con el resto del país, por lo que los choferes tarijeños se ganaban la reputación de estar entre los mejores de toda Bolivia, con una Cuesta de Sama, la temible Angostura, o los accidentados caminos hacia Tupiza por ejemplo.
Manuel recuerda que fue precisamente en esa parrillada, que analizó la posibilidad de convertirse un día en chofer, subir de rango y disfrutar como ellos de esa vida buena, sin embargo cuando comentó esto durante la reunión casi todos lo tomaron como una broma, incluso uno de ellos algo soberbio le puso en frente una licencia de conducir, diciéndole que para soñar en ser chofer primero tenía que lograr ser un conductor categoría “C”, es decir poseer una licencia de conducir que dicte que es un chofer de transporte pesado con capacidad de transportar pasajeros.
Un día mientras lavaba un coche, escuchó que estaban buscando un ayudante urgente; no lo dudó ni un segundo, esperó a que llegue el chofer y en vez de cobrarle los 10 bolivianos por el lavado del bus, le pidió que le permita ser su ayudante, asegurando que se esmeraría y aprendería todo sobre el oficio en un solo viaje. El chofer le indicó que ya había encontrado a alguien para el puesto, felicitándole con palmadas por el brillo que había dejado el coche.
Ese día la vida parecía dura de roer y rápidamente Manuel se resignó a su oficio habitual; tras comer un almuerzo en los alrededores de la Terminal, volvió al área de parqueo para esperar el próximo coche y seguir trabajando, preparando mientras tanto agua con jabón en un balde, un lampaceador y trapos de diferentes texturas, ya que el brillo lo dice todo, y era el motivo por el cual se destacaba de la competencia, compuesta por algunos niños, adolescentes, o señores mayores que siempre andaban desaliñados y trabajaban para comprar alcohol.
El viaje fue uno de los más difíciles que le tocó como ayudante, llovió, el coche presentó fallas mecánicas, una llanta tuvo que ser cambiada y además había problemas entre los pasajeros por errores en la distribución de los asientos. Así tuvo que aprender sobre la marcha todo lo referente al oficio, que implicaba poseer conocimiento sobre mecánica, gomería, matemáticas, relaciones públicas, primeros auxilios, mensajero, y un sinfín de rubros que hacen la vida de un ayudante en un bus, ya que es quien se encarga de cumplir todo lo que le pida el chofer, siendo el tercer hombre al mando a bordo, además del conductor y su chofer de relevo en las distancias largas.
En sus seis años de ayudante, Manuel se convirtió en la mano derecha de don Marcos, ayudándolo incluso en sus cuestiones personales, ya que ése señor tenía una esposa muy celosa a la que debían mantener desinformada de las aventuras que vivían en Santa Cruz especialmente. “Yo era el que le charlaba sin dormir durante todo el viaje, el que le pasaba la coca elegida sin vaina y su bico, también me encargaba de prepararle en los tramos difíciles su traguito para el coraje como se hacía antes. Cuando estábamos con una llanta al aire, yo salía para dar las indicaciones, llueva, truene, o haya barro, también me encargaba de poner las cuñas cuando se plantaba la flota, o cosas simples como cobrar los pasajes y guardárselo la plata en las farras”, agrega Manuel.
Fueron incontables las veces en las que durante los viajes se veían retrasados por accidentes de otros buses, sin embargo de joven Manuel sintió mucha curiosidad cuando veía las cruces plantadas al costado de los caminos, algunas de ellas nuevas y otras viejas, o cuando veía a veces coches en el fondo de precipicios totalmente destrozados. Se preguntaba qué error o circunstancia habría determinado tal desenlace, sintiendo siempre la muerte como algo con lo que se cuenta en esos momentos en los que se inclinaba mucho el coche o patinan las llantas en alguna barrosa subida.
Una vez cuando llegaron a Cochabamba, bajaron directamente a un restaurante, ahí don Marcos se encontró con otros colegas y tomaron mucha cerveza. Manuel salió para explorar la zona y al retornar encontró a los colegas ebrios a punto de dormirse. En ése momento se acercó a don Marcos para decirle que debía partir al día siguiente, y éste le contestó que lo lleve a la flota, donde le pidió que maneje hasta el garaje ubicado a cuatro cuadras, entregándole un manojo de llaves que como llavero tenían un pescado transparente de goma.
“En teoría sabía cómo manejar, pero nunca lo había hecho, uno ve pues cuando viaja como maniobra y que hace o no hace el que maneja, de ahí ya lo tenía bien estudiado eso. Me animé y por un momento olvidé lo grande que era el vehículo que estaba manejando. Llegue normal al garaje. Al día siguiente mi jefe despertó y no se acordaba cómo trajo la flota. Desde ése entonces yo era el encargado de manejar cuando él no podía, hasta que un día se animó a darme el volante de ida a Bermejo, lo hice en buen tiempo y me gane su confianza”, dice Manuel.
Hoy en día Manuel lleva más de 25 años conduciendo flotas y viajando a Santa Cruz y La Paz especialmente, su oficio le ha dado una casa, un vehículo, un terreno en el campo, pero nunca una familia, ya que pese a tener dos hijos mayores de edad y una ex esposa, nunca pudo fortalecer los lazos familiares por viajar. Pero una “costumbre” lo asecha en su tiempo libre, la de hacer parrilladas y tomar vino blanco con agua carbonatada, sin embargo asegura que si bien algunos choferes gustan de la farra, son responsables e incapaces de viajar bajo efectos del alcohol ante los controles constantes en la Terminal.
“La vida del chofer, no vale nada, no vale nada, enciende su Toyota se va mañana, se va mañana”, es el coro de una cueca de Anatolio Díaz que suena de fondo en una churrasquería donde se desarrolla la entrevista a Manuel, que al oír los acordes de esta canción le pide al mozo un vino blanco.

No comments:

Post a Comment